24 junio 2016

tarde de amigas y otros cuentos

hay medio una definición de literatura que uno va manejando
en un momento u otro de la vida;
y hay lugares comunes que muchos aprovechamos para no
tener que inventar desde cero:
como ejemplo, que un libro espera un tiempo para ser leído.
Este en particular es de hace dos años, pero que es desde hace más años también, desde que el autor Mauro Moschini vino a Capital a estudiar letras y a tratar de escribir.
En una pequeña biografía, Moschini nace en Villa Regina, en una chacra de peras y manzanas; pasa un año por una beca en Alemania y luego se muda a Capital Federal para estudiar Letras.
Seguramente no nace en la chacra, sino en un hospital o sanatorio; y seguramente no es en Regina, sino en una ciudad cercana; quizás, no lo sé, como tampoco si debiera poner que la chacra produce las peras y manzana, si acaso eso se llama producción.
La atención a algunos detalles en la escritura de estos cuentos obliga en muchos momentos a la duda constante en el lector. No se puede confiar plenamente en las acciones que ocurren, en los personajes y en las afirmaciones porque Moschini escribe desde su definición de literatura, y su literatura personal está teñida por la oralidad, el ritmo. Lo que llaman música; lo que va a inundar a todos los cuentos. Y el ritmo es cambiante, brusco; en su producción no es un paisajista, ni un sociologo, ni un estudioso del storytelling: Moschini escucha todo y lo que no se puede escuchar, lo inventa. El autor no intenta saber ni aprender de nada: ni de Buenos Aires, ni de piedras de afilar, ni de la mente femenina, ni de Singapur, ni de la identidad de género, ni de los modos de producción capitalistas y su impacto geopolítico en los cordones del conurbano bonaerense. Se deja ser un instrumento lingüistico-acústico: las múltiples voces de los habitantes de un llamado territorio nacional nunca suenan tan afinadas como acá, y sin caer en un selectivo popurrí logra plasmar un abanico de realidades convivientes.

En el cuento Tarde de Amigas, se retrata la relación sexual de dos chicas que luego se citan a la noche con dos chicos, pero sin dar definiciones definitvas de una búsqueda de identidad sexual o de género de ningún tipo;
partiendo desde la construcción de personajes y situación inicial, puede parecer al principio un estereotipo de cuento erótico amateur, pero la artesanía del autor se encuentra en las contradicciones que se van agregando
quizás el autor intenta comprender principalmente qué le atrae a una mujer en particular, aunque quizás quiere -y tiene éxito- mostrar el ritmo en que la seducción funciona, en donde el deseo se expande y se contrae, cuándo encuentra su punto álgido y cuándo se desvanece.
Hay un interés muy fuerte del autor con la música, principalmente en este cuento y la forma en que se relaciona con la protagonista refuerza la idea de que su identidad -o su existir- es muy complejo y variado; en un momento dado su cita masculina la invita a escuchar dub, ella lo rechaza y se dice "Me gusta el dub (el boludo pregunta si es porque no me gusta el dub que no quiero ir) pero no".
Oído al pasar funciona como un homenaje a los hilillos de sangre de Fogwill -autor al que quizás Moschini conoció en la facultad, o en un estante de libros en un supermercado en Río Negro, cautivado por el uso de la palabra PUNK en un título- y nos habla quizá de un monstruo que es el único en ver un apocalipsis cercano
El Okupa se convirtió en la última lectura en uno de mis preferidos: funciona como un poema, más incluso como un acompañamiento a un libro ilustrado por Edward Gorey: un retrato
pintoresco con una rima interna total
Funciona, creo yo, como un ejercicio de conjugación y rítmico y sensorial -pero también como un cuento total de terror (qué es el terror sino un manejo brutal del ritmo?)- el cuento Consejos, donde la indentificación del lector con el protagonista puede causar tanta ansiedad como buscar síntomas de enfermedad en google
En el afilador y su primo y El chabón, el pibe de Moschini encastra un relato dentro de otro dentro de otro. En el primero, para llevarnos desde un joven lector de David Viñas que contrae una pequeña enfermedad transmitida por su gata hasta un travesti que experimenta con drogas totalmente desconocidas y le avisa mediante mensaje de texto a un carnicero cuentapropista su condición genital. El segundo traza desde el recuerdo de las tortas fritas, una mapa genealógico (que no llega hast mpas allá de la tercera generación, como casi todas en Argentina) que en un pizarrón lo suficientemente grande y con algunos poco datos más, puede representar a un cierto tipo de identidad social. o quizás la no-identidad

en la vida nacemos con nada y nos vamos sin nada, todo lo que podemos hacer en el medio es aprender a escuchar y a inventar lo que no se puede escuchar

N-/5:29 a.m./
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